Those were the days Rosina Conde a
Rafael Catana, Ignacio Pineda,
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Como
mujer, era todavía más difícil partir, pues en
ese entonces no era común que las mujeres estudiáramos
una carrera universitaria, ni mucho menos que saliéramos de nuestras
casas. En mi familia, el problema no era salir de casa, sino el hecho
de estudiar una profesión, ya que mi padre no creía en
los títulos universitarios. Él, como buen comerciante,
opinaba que, para hacer dinero, había que dedicarse a los negocios,
y para tal efecto nos había educado. Recuerdo, incluso, que,
desde pequeña, se negó a que estudiara cocina o corte
y confección, ya que sus hijas, afirmaba, tampoco serían
amas de casa. (EMPIEZA A CANTAR A CAPELLA, CON BATERÍA:
Mercedes Benz de Janis Joplin, M. McClure y B. Neuwirth) (ENTRA GUITARRA, CON MÚSICA DE FONDO PARA TEXTO HABLADO: Hasta siempre, comandante, de Carlos Puebla) Empezamos
a ir a las peñas, a los hoyos fonquis, los cafés literarios
en donde sabíamos que habría gente con ideales semejantes
a los nuestros; nos empapamos de la vida política propia de la
época y empezamos a cobrar consciencia de clase y de género.
Adornábamos nuestros espacios con los pósters de nuestros
ídolos tanto del rock como de la política latinoamericana.
En los departamentos estudiantiles veíamos carteles desde los
Rolling, la Janis o Hendrix hasta el Che... (EMPIEZA A CANTAR: Hasta siempre, comandante, a partir del primer estribillo) Aunque
muchos de los recién ingresados no nos conocíamos, el
ambiente social nos hizo cómplices, y mis nuevos compañeros
y yo empezamos a buscar alternativas para representar el mundo y transformarlo.
Queríamos hacer teatro, cine, literatura; publicar revistas,
libros, panfletos; así que algunos compañeros de la facultad
empezamos a reunirnos para planear una revista. Pero además de
escribir, deseábamos cantar, bailar, actuar, y las reuniones
se convirtieron en tertulias literarias, primero, y artísticas,
después, y cualquier pretexto era bueno para leernos nuestros
poemas, cantarnos nuestras canciones, escuchar nueva música y
recuperar lo rescatable de las generaciones anteriores. En
Madrid, y agonizando el presente mes ¡A
quién le importaba si se entendía o no lo que estábamos
diciendo! ¡Qué más daba si era francés, inglés,
portugués o español! Si eran malas o buenas palabras.
Los estudiantes nos habíamos cansado de gritar y desgañitarnos
sin que nadie nos escuchara: el lenguaje había perdido fuerza,
y había que recuperarla. Lo que importaba era tener
el poder de la palabra: poder decirles “¡no!” a nuestros
padres, a nuestros amigos, al novio o la novia, y a la sociedad en general,
cada vez que no estuviéramos de acuerdo con algo o con alguien,
cada vez que no quisiéramos hacer tal o cual cosa. Queríamos
decidir por nosotros mismos nuestro proyecto de vida. Para los hombres,
tal vez, esto no era tan trascendente porque lo habían decidido
siempre; sin embargo, para las mujeres sí lo era. (EMPIEZA A CANTAR: I don’t know how to love him) Ahora
las mujeres les hablábamos de amor a los hombres. Ya no teníamos
que esconder nuestros gustos y sentimientos; ya no teníamos que
esperar a que ellos tomaran la inciativa. Ahora nosotras sufríamos
por ellos; pero, nótese, por ellos..., no por ninguno
de ellos. Y podíamos gritar que éramos entes sexuales
como cualquier ser humano. Ya no teníamos que escondernos en
el anonimato, ni marginarnos, ni lindar en los extremos a los que se
nos había orillado siempre: ¡ni monjas... ni putas...
ni madres asexuadas...! Ahora las mujeres podíamos estudiar
como cualquier monja, hacer el amor como cualquier puta, y tener hijos
como cualquier “madrecita mexicana”. Aún recuerdo
cómo me festejaron en la Facultad, cuando presenté mi
“Cuarteto de presentación”, en el taller de Hernán
Lavín Cerda: |
I Soy frígida y ninfómana, ama de casa y prostituta. Y soy sátira: soy Electra. II III IV |
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I Me seducías, no con sólo poner tus labios sobre mi clítoris. Me seducías. Con tu mirada, tus gestos, palabras. Movimientos sencillos, cotidianos. II III IV Como ya éramos autosuficientes moral y económicamente, podíamos enamorarnos de un hombre diez años mayor, de nuestra misma edad o, incluso, menor. Ya no importaban ni el pedigrí ni la alcurnia ni la clase social ni la profesión ni el estatus del galán. Igual podía ser un actor que un empresario, un rockero que un director de orquesta, un pintor que un arquitecto, un albañil que un ingeniero, un estudiante o un desempleado. La autosuficiencia nos daba la capacidad de enamorarnos libremente, sin tener que utilizar al hombre como proveedor. Entonces, podíamos elegir sin cortapisas. Y ahora los hombres también se preguntaban si seríamos capaces de seguir amándolos después del acostón: (EMPIEZA A CANTAR: Will you love me tomorrow?, de Carol King) Y así como queríamos ser por nosotras mismas, también queríamos ser naturales. Y exigimos nuestro derecho a salir a las calles sin máscaras ni artificios; a ser aceptadas con cualidades, errores y defectos. Nos liberamos de las medias y el maquillaje, de las fajas y los sostenes que aprisionaban nuestro cuerpo y nos impedían la respiración; nos liberamos de los tubos, los pasadores y las secadoras. ¡Guácala con el espray! ¡Abajo el cabello! Exigimos ser aceptadas con anteojos, barros y espinillas, con el pelo lacio o chino, voz tipluda o grave, gordas o flacas. ¡Fuera máscaras, fuera maquillaje, adiós a la actuación social, al recato, a la frivolidad! Y, entre otras cosas, nos apropiamos de la risa, que durante siglos se nos había prohibido en público. Empezamos a reír a carcajadas, a todo volumen, a todo lo que dábamos. Bienvenida la risa franca, el diente pelón, el estertor estomacal. Ya no importaba que nuestro cuerpo se contorsionara, que aparecieran las arrugas de la cara, que nuestras lonjas salieran de nuestras ropas y brincaran de gusto por la libertad física y emocional. Y todo aquel que nos hiciera sentir bien, tal y como éramos nosotras mismas, sería bien recibido. (EMPIEZA A CANTAR: Like a natural woman, de Carol King) Los hombres también empezaron a transformarse. A diferencia de la genaración de nuestros padres y de las anteriores, nuestros compañeros de la universidad quisieron ser libres para expresar sus sentimientos sin hipocresías, y se negaron a vivir la doble moral que exige una sociedad de representaciones. Lo importante era la transparencia y ser fieles, no porque lo ordenaran la Iglesia o el Estado, sino por convicción. ¿Quién no recuerda aquellos versos de Juan Manuel Serrat que decían?: (EMPIEZA A CANTAR: La mujer que yo quiero) Precisamente, porque ya no estábamos obligados, por un mandato divino, a vivir eternamente con la misma persona: entonces, decía, se era fiel por convicción; estábamos allí porque queríamos estar allí. Y las mujeres les hacíamos el amor a los hombres, los gozábamos y disfrutábamos así como nos gozaban y disfrutaban ellos a nosotras sin importar ni el qué dirán ni el matrimonio ni el futuro ni la seguridad ni nada... ¡Valía madre si el galán se casaba o no con nosotras! Viva la libertad sexual, la vida, el erotismo, el intelecto, la satisfacción personal. Y todas nos entregábamos por completo y preguntábamos, si acaso, ¿no los hacíamos sentir como el único hombre?: (EMPIEZA A CANTAR: Peace of my heart, de J. Ragovoy y B. Berns) |
Como
las mujeres empezamos a compartir con los hombres sus territorios, ellos
también quisieron compartir los nuestros. Empezaron a lavar pañales,
a cocinar, a dividir con nosotras los horarios del biberón de
los hijos y a llevarlos a la guardería, para que pudiéramos
estudiar y trabajar. Entonces construimos, realmente, una relación
de pares. Los hombres rechazaron los papeles impuestos por la sociedad
patriarcal, y quisieron liberarse también del machismo y de la
obligación de tener que mantener varias familias. Así
que se decidieron por la monogamia, así fuera seriada, pero por
la monogamia: no más amantes ni hijos clandestinos. ¡A
la goma con los “bastardos”! Todos eran hijos legítimos,
y los que no tenían padre eran hijos de todos, precisamente porque
nacían bajo los códigos del amor libre. Hombres y mujeres
empezamos a ser “compañeros” y despreciamos los adjetivos
posesivos: |
nadie
le pertenecía a nadie. Los sentimientos de solidaridad
y compañerismo nos permitían vernos como iguales. La pareja
dejó de ser una relación de dependencia y subyugación,
y todos tuvimos un nombre propio. Ya no se decía “te presento
a mi esposa”, sino “ella es Margarita, Juana, Valentina...”
Los hombres aceptaron que sus compañeras teníamos una vida
personal; se olvidaron del tradicional “tú existes a partir
de que me conoces”; reconocieron que tampoco teníamos por
qué ser mujeres de un solo hombre, y nos pidieron otra manera de
expresarnos y manifestarnos. Todavía recuerdo aquella canción
de Joe Josea y B. B. King que dice rock me, baby! (EMPIEZA A CANTAR: Rock me, baby, de Joe Josea y B. B. King) De la misma manera en que las mujeres recuperábamos los espacios, nuestros hijos también fueron tratados como seres libres y pensantes desde el momento mismo de su concepción. ¡Cuántas de nosotras no nos poníamos en la panza los audífonos, para que nuestros fetos escucharan la música de Bach, Beethoven, Vivaldi, Paganini, Gershwin! Y cuando salieron al mundo, lo hicieron como individuos plenos, pensantes, con responsabilidades y derechos. Recuerdo que los pasillos de la Facultad se llenaron de niños que corrían y reían, mientras sus madres entrábamos a clases. Esos niños, al igual que nosotras, también serían libres para elegir por sí mismos su destino: algún día, como diría Gershwin, “abrirían sus alas” para salir en la búsqueda de senderos distintos, y tendrían la seguridad de que contarían con todo nuestro apoyo. (EMPIEZA A CANTAR: Summertime, de Wershwin) Al salir de la
Facultad, todos tomamos diversos caminos, y seguimos aprendiendo en
el trabajo, en las relaciones personales y amorosas, en el transcurrir
de la vida... Unos se fueron a trabajar a la radio, otros al cine, a
la televisión, a la industria editorial. Otros se quedaron en
la academia. Algunos dejaron las letras para dedicarse a la música,
la pintura o el periodismo. Muchos nos casamos y descasamos; otros nos
arrejuntamos, y casi todos tuvimos hijos --unos antes que otros, como
yo--. Algunos seguimos como lobos esteparios, viajando y combinando
experiencias y aprendizajes, artes y disciplinas; sin embargo, fueron
los años de la universidad los que marcaron nuestra ruta. (ENTRA GUITARRA CON MÚSICA DE FONDO PARA TEXTO SEMIDECLAMADO: Je ne regrette rien, de Edith Piaf) “No me arrepiento de nada”, decía Edith Piaf, ya desde los años sesenta, “ni del bien que me han hecho, ni del mal, todo esto me da igual. Ya todo está pagado, borrado, olvidado... Son mis recuerdos los que han encendido el fuego. Ya no me hacen falta ni mis tristezas ni mis placeres. He borrado los amores y los problemas. Empiezo de cero.” (EMPIEZA A CANTAR: Je ne regrette rien) |